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UNA IGLESIA EN DIASPORA
apuntes para una eclesiología solidaria
prólogo: José Míguez Bonino
CARMELO ALVAREZ
UNA IGLESIA EN DIASPORA
Colección APORTES
D.E.I.
Departamento Ecuménico de Investigaciones
CONSEJO EDITORIAL
Franz J. Hinkelammert Pablo Richard Carmelo Alvarez Jorge David Aruj
EQUIPO DE INVESTIGADORES
Elsa Tamez Maryse Brisson Amoldo Mora Raquel Rodríguez Helio Gallardo
* 1 1
UNA IGLESIA EN DIASPORA
apuntes para una eclesiología solidaria
prólogo: José Míguez Bonino
CARMELO ALVAREZ
EDICION GRAFICA: Jorge David Aruj PORTADA: Carlos Aguilar Quirós CORRECCION: Guillermo Meléndez
254.4
A327i Alvarez, Carmelo
Una Iglesia en diáspora: apuntes para una eclesiología solidaria/ Carmelo Alvarez
—la. ed. — San José, Costa Rica, DEI, 1991 1 12 p.; 21 cm. — (Colección aportes)
ISBN 9977-83-048-7
1. Solidaridad.
2. Iglesia — Aspectos sociales.
I. Título.
II. Serie.
Hecho el depósito de ley
Reservados todos los derechos
Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de este libro
ISBN 9977-83-048-7
© Editorial Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), San José, Costa Rica, 1991. Para la presente edición. • - :
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© Carmelo Alvarez, 1991
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Impreso en Costa Rica • Printed in Costa Rica
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PARA PEDIDOS O INFORMACION DIRIGIRSE A:
EDITORIAL DEI
Departamento Ecuménico de Investigaciones Apartado 390-2070 SABANILLA
SAN JOSE — COSTA RICA Teléfonos 53-02-29 y 53-91-24 Télex 3472 ADEI CR Fax (506) 53-15-41
A David Vargas, hermano, amigo y compañero. En nuestros veinticinco años de ministerio pastoral.
Contenido
Prólogo
José Migue z Bonino
11
Introducción 13
Iglesia: comunión solidaria 15
1. Comunión es solidaridad 15
2. La eucaristía: acto de solidaridad 24
3. Nuestro serivicio: entrega solidaria 26
4. La praxis solidaria 27
Iglesia: conocimiento, unidad y crecimiento en Cristo 31
1. Introducción a la epístola a los Efesios 31
2. La eclesiología en Efesios 3 1
3. Conocimiento 33
4. Unidad 35
5. Crecimiento 36
Iglesia: mayordoma de la vida 39
1. Mayordomía de la vida 39
2. Somos poema de Dios 4 1
3. Mayordomía del nuevo pacto 43
4. Mayordomía en el servicio 44
5. Mayordomía en medio de la vida 46
6. Mayordomía responsable 47
7. Mayordomía de la creación 48
8. Mayordomía para la paz 49
Iglesia: defensora de la vida 51
1. Aspectos bíblico-teológicos 51
2. El sentido teológico de los derechos humanos 55
3. Las iglesias y los derechos humanos:
perspectiva ecuménica 58
4. Los derechos humanos y el Tercer Mundo 62
5. Los derechos humanos en América Latina 63
6. Las iglesias y los derechos humanos
en América Latina 64
7. La paz, en defensa de la vida 66
8. La paz: visión esperanzadora 68
9. El camino de la paz 69
10. Visión contemporánea de la paz 72
Iglesia: palabra y testimonio en Centroamérica 75
1. Tiempos cruciales 75
2. Iglesia testificante 78
3. Palabra y testimonio 78
4. Espiritualidad liberadora 80
5. Monseñor Romero: testigo de la Palabra 81
6. Palabra y testimonio en Solentiname 84
7. Centroamérica entre la atrocidad y la esperanza 85
“La iglesia en diáspora” de Ricardo Shaull.
Un aporte protestante a la teología de la liberación 87
1. Ubicación necesaria: tres décadas de crisis
(1960-1990) —.87
2. La Iglesia en diáspora: el aporte de Ricardo Shaull 90
3. ISAL en la nueva diáspora 91
4. Discusión subsecuente 97
5. Aporte y desafío 98
Desafío a las iglesias (Mateo 21:43) 99
Una Iglesia en diáspora 103
P rólogo
José Míguez Bonino
Las iglesias latinoamericanas han hecho un largo camino en los últimos treinta años. No todas las iglesias ni todos en las iglesias han marchado al mismo paso, y a veces tampoco en la misma dirección. Con todo, hay una serie de temas que — controvertidos, interpretados de diversas maneras o resistidos — se han instalado en la conciencia de las comunidades cristianas y las han marcado. Creo que es de esto que trata este libro.
En la colección de trabajos — diversos en su temática específica pero coincidentes en su propósito y coherentes en su contenido — , Carmelo Alvarez ofrece a esa comunidad cristiana — en especial a la evangélica — la oportunidad de reflexionar, profundizar y sobre todo interrelacionar y ver la mutua implicación de estos temas que nos han desafiado.
El estilo coadyuva a ese propósito. Es preciso sin ser pedante, didáctico sin ser magisterial, comprometido sin "estridencias". Las ideas se exploran en sus dimensiones bíblicas, históricas, sociales, "devo- cionales" guiándose por una lógica "cordial" más que sistemática, que nace de las preguntas que surgen unas de otras por insinuación del tema en el espíritu del lector más que por una estricta lógica sistemática. Por eso es lectura "popular" y "laica" en el mejor sentido de estas palabras (que al final son una sola). Incluso cuando se tratan temas más acadé- micos, como el desarrollo del pensamiento eclesiológico de ISAL (Iglesia y Sociedad en América Latina) o la introducción a la Epístola a los Efesios, interesa más la sustancia del tema, casi en una conversación con el lector, que los tradicionales esquemas académicos. Carmelo, que es también historiador y teólogo, pone aquí su conocimiento en función de pastor.
Hablábamos antes de los temas que han entrado en la atención de las iglesias. Algunos suenan como nuevos: derechos humanos, solida- ridad, ecumenismo. Y han venido a ser para algunos especie de "con- traseñas" o "proclamas" que identifican, convocan o repelen. Otros, tra- dicionales, como crecimiento de la iglesia, liturgia y espiritualidad.
11
mayordomía, también parecen identificar a quienes los utilizan y establecer el campo en que militan. Carmelo nos invita a explorar unos y otros y comprobar la pluralidad de dimensiones en todos ellos. "Mayordomía" deviene también un término de compromiso social (paz, justicia, preservación del mundo) y "solidaridad" un término evangélico inseparablemente ligado a la eucaristía, la cena del Señor. El "crecimiento de la iglesia" implica servicio y los "derechos humanos" tocan el corazón de la espiritualidad cristiana.
Un profundo sentido eclesial corre a través de todos los temas: un amor profundo y un compromiso con esas iglesias que marchan, a diverso paso y a veces con titubeos. Pero también una firme convocatoria y un desafío claro a integrar su marcha en esta historia y a marchar con este pueblo nuestro latinoamericano, sufrido y sufriente, empobrecido y marginado, pero también en camino, buscando metas inmediatas y alimentando una esperanza mayor. Invitación a una marcha de la co- munidad cristiana, siguiendo a Jesucristo, guiada por el Espíritu, de la mano de "a caminhada do povo" como cantan tan bellamente nuestros hermanos brasileños. ¡Gracias, Carmelo, por compartir en estas páginas con nosotros tu ministerio!
San José, Pascua de 1991.
12
Introducción
En febrero de 1990 asistí como representante de mi iglesia a la Convención de la Iglesia Cristiana Pentecostal de Cuba. Estando un mediodía disfrutando del almuerzo, una buena hermana de Moa se me acercó y me mostró un ejemplar muy usado de un folleto, sobre la Epístola a los Efesios, que distribuí en un curso sobre teología a pastores y laicos allá en Los Indios del Sitio, cerca de Moa. Eso fue en 1985. Fue tal mi impresión y la gratitud que irradiaba aquella buena hermana por mi modesto aporte, que contraje el compromiso conmigo mismo de unir aquellos estudios bíblicos a otras ponencias y charlas para ofrecerlas en un libro. A ello se unió un hecho de primordial importancia para mí: cumplo 25 años de ministerio pastoral el 13 de agosto de 1991. Mi madre no dejó que pasara desapercibida para mí esa fecha, poniendo en mis manos el programa del acto en que fui instalado como pastor de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Anones, Naranjito. Una pe- queña iglesia en las montañas de mi Puerto Rico donde me acogieron unos jíbaros y jíbaras (como cariñosamente le llamamos a los campesinos en mi tierra) con tanto cariño y aceptación. De Anones pasé a Dorado donde fui pastor asociado bajo el pastorado de mi padre. En Dorado me fui formando como predicador y pastor. Los años que pasé en esas dos iglesias han sido decisivos en mi peregrinaje pastoral.
Mirando en retrospectiva estos años, debo expresar mi profunda gratitud a Dios por las experiencias acumuladas que han sido tan deci- sivas y marcantes durante este lapso. He aprendido mucho y he crecido. He ganado el aprecio y el respeto de las iglesias en América Latina y el Caribe, como jamás lo hubiera imaginado. Esa es suficiente razón para poner por escrito el contenido de este libro. Porque con esas iglesias se escribió este libro. Es un cúmulo de experiencias e intercambios que ahora devuelvo como fruto del trabajo que básicamente realicé entre 1984 y 1986, como Secretario del Servicio de Pastoral de Consolación y Solidaridad del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), y simul- táneamente como Secretario Regional del Caribe Hispano.
Los trabajos incluidos aquí son fruto de talleres, consultas, retiros de pastores y encuentros ecuménicos que requirieron una presentación
13
mía. Al final incluyo un sermón predicado en la graduación del Seminario Bíblico Latinoamericano en noviembre de 1981, siendo yo rector de la institución. Todos ellos han sido retrabajados después de recibir comen- tarios y observaciones, lo cual los convierte en un esfuerzo compartido y dialogado.
Quisiera agradecer al Doctor José Míguez Bonino por su excelente prólogo. Creo que captó claramente el propósito y los destinatarios del libro.
Dedico este libro a David A. Vargas, hermano, amigo y compañero en la justa expresión de esas palabras. David y yo solicitamos ser candi- datos al ministerio pastoral el mismo año y escribimos la carta de solicitud juntos. Juntos hemos peregrinado haciendo estudios graduados en Estados Unidos. Nuestras familias han compartido el dolor y la ale- gría. David ha sabido ser el administrador capaz y el pastor fiel, atento y diligente servidor por encima de burocracias de oficina, en su gestión como ejecutivo de nuestra iglesia en América Latina y el Caribe.
Mi esposa Raquel ha hecho sugerencias muy precisas al texto y ha colaborado todos estos años en lo que ha sido un peregrinaje pastoral comprometido. Con ella estos años han sido una verdadera caminada de fe. Nina y Margarita, mis queridas hijas, han sabido sobrellevar el itine- rario de un padre viajero y han dado muestras de madurez al intentar entender la razón de mis ausencias.
Los compañeros y compañeras de la familia DEI, han sabido ser colaboradores eficientes en toda nuestra tarea. Como en tantas ocasiones, una vez más han puesto su empeño para que este libro llegara a su publicación. Por ello mi profunda gratitud.
Espero que este modesto aporte ayude a las iglesias en su diáspora hacia el Reino.
Fiesta de Pentecostés 1991.
14
Iglesia: comunión solidaria
1. Comunión es solidaridad
Nos proponemos en estas páginas un análisis sobre el sentido que tiene la comunión solidaria desde su vertiente bíblica y teológica. El interés es más pedagógico que académico con un énfasis pastoral. La búsqueda de definiciones obedece a nuestro esfuerzo por comunicarle a las iglesias la importancia de ser agentes de solidaridad en un mundo en crisis.
Cuando se utiliza el concepto solidaridad es necesario, desde el punto de vista bíblico-teológico, buscar cuáles son las equivalencias y correspondencias. Las palabras koinonía y agápe han sido señaladas como las que corresponden en la Biblia a esta categoría moderna que es solidaridad. Para poder clarificar debidamente el problema hay que recurrir al estudio de pasajes claves en la Biblia, para desde allí sis- tematizar y precisar los conceptos.
Es evidente que en el Antiguo Testamento la solidaridad tiene que ver con el pacto entre Dios y el pueblo. En este sentido, la base misma de ese pacto es lo que Dios ofrece al pueblo y el compromiso (como respuesta) que ese pueblo asume. Una relación íntima con Dios es la base inicial de esta relación l.
Obsérvese el sentido de la ley, el culto y la oración, que se dan en un marco de relación con Dios. Dios es alguien conocido, cercano. Las bases de la solidaridad están sustentadas en un pacto con la nación, la tierra y la descendencia (Gen. 15:13-14). Ese pacto tiene que ver con la liberación de los oprimidos (Salmo 103:6-7). Se mantiene vivo el compromiso del pueblo con el proyecto histórico de liberación, como un esfuerzo solidario (Exodo 5,6, 10).
Los diez mandamientos son normas necesarias para incrementar la libertad y la solidaridad del pueblo, hacia la plena liberación (Exodo
‘Sobre la relación del pacto entre Dios y el pueblo son interesantes las observaciones de G. Emest Wright, El desafío de la fe de Israel, trad. por Roberto Ríos (Buenos Aires: Melhopress, 1963), págs. 83-98.
15
20). Son mandamientos de protección al débil y menesteroso, como lo refleja la segunda tabla de la ley. Estos no son prescripciones, ni pro- hibiciones, dadas por un Dios déspota y autoritario, sino la disposición de un Dios que quiere una relación en pacto de gracia y en cumplimiento mutuo.
La alianza entre Y avé y su pueblo es parte auténtica de la fe israelita y uno de los ejes centrales teológicos del Antiguo Testamento. A lo largo de la tradición del Antiguo Testamento Dios se da a conocer a los hombres mediante la alianza 2.
El cántico de Débora subraya la importancia de este pacto y la ale- gría de saberse asistida por un Dios de justicia: “Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, load a Jehová” (Jueces 5: 2). Más adelante será el profeta Jere- mías quien enfatice la solidaridad con Dios en sus caminos frente a un pueblo apóstata, que debe buscar el camino del bien (Jer. 6: 16) y pactar la nueva alianza (Jer. 31: 31-34), para que Dios cumpla su promesa en un gesto de solidaridad y esperanza (Jer. 32). Entonces, Jeremías se alegra en la rectitud y la fidelidad de este Dios amoroso y perdonador, que siempre se acuerda de la parte de su pacto, aunque el pueblo se aparte de dicho pacto (32: 16-23).
El pacto es una dádiva de Dios, a partir de un acto de libertad en amor (Exodo 33: 19). Dios asume un compromiso de ofrecer vida plena y abundante en ese pacto de amor (Salmo 24 y Deut. 7:7).
Este no es un pacto entre iguales, sino que está dado en la promesa como gracia, y exige respuesta y fidelidad. El Antiguo Testamento es reiteradamente claro en esta perspectiva 3. Como lo reitera G. Emest Wright: “La verdad vital que defiende la idea del pacto es la verdad de que la salvación no viene por ningún derecho natural sino por el libre don de la gracia divina” 4.
El Dios del pacto es Dios de vida: “Escoge pues la vida” (Deut. 30:19). En esa relación hay un compromiso: “Y ese compromiso ha de envolver la totalidad de la vida: el corazón las fuerzas, la mente” 5.
El Dios bíblico se dispone a esta relación porque toma partido, porque se solidariza con los pobres y oprimidos para hacerles justicia. Entender a este Dios que libera es saber su propósito en la historia, es actuar para que se restauren las relaciones y se mantenga el sentido inicial del pacto: la gracia.
Los Salmos nos presentan una rica y variada gama de experiencias que subrayan el sentido de la vida comunitaria. Helmer Ringren, en su
2 Uwe Martini, “Creación y alianza un estudio bíblico teológico,” en Varios, Los gemidos de la creación: ecología y teología desde Nicaragua, (Managua: CIEETS, 1988), pág. 45.
3José Míguez Bonino, “Jesucristo: vocación comprometida con el Reino,” en Carlos A. Valle (ed.), Semilla de comunión (Buenos Aires: La Aurora, 1983), págs. 27-28.
4 G. Emest Wright, op. cit., pág. 98.
5_José Míguez Bonino, op. cit., p. 27.
16
libro La fe de los salmistas, plantea que los Salmos hablan de una “reli- gión de comunión” 6. Hay un principio de responsabilidad colectiva y de retribución que marca la experiencia adorante de los Salmos. El individuo se siente siempre en relación con la gran congregación y nun- ca aislado. Toda la vida cúltica está íntimamente relacionada con la vida en comunidad 7.
La experiencia de Dios, su fidelidad al pacto y las exigencias que ello conlleva son consideradas como un asunto colectivo (y no exclu- sivamente privado). Es el principio colectivo de la gran congregación (Salmos 22, 30, 35, 40 y 52, entre otros). El culto es fundamental a toda esta experiencia. Allí hay fraternidad y comunión, que se vive en lo cotidiano, como aspiración de ser un pueblo unido y fiel 8.
Encontrar a Dios y entender su presencia es el eje central de los Salmos. El Dios de la alianza es fiel y permanece como tal, a pesar de los sufrimientos, las crisis y el abandono de los amigos (Salmo 3:11- 12). Estar alejado de Dios y de la comunidad es suficiente razón para sentirse acongojado (Salmo 55: 12-14). Por eso:
En la fraternidad de la comunidad del culto el hombre piadoso experimenta la comunión con Dios, que solo entonces experimenta en plena medida y es por eso que el hecho de que un compañero de fe rompa la fraternidad significa tan gran infortunio 9.
Toda paz es tal cuando se dan todas las relaciones: Dios, el individuo y la comunidad.
El Nuevo Testamento retoma toda esta experiencia cuando habla de la Nueva Alianza y el nuevo pueblo. “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza...” (Mateo 26:18). Porque en la cruz se retoma el vínculo perdido y se restaura hacia nuevas dimensiones. Jesucristo es el primo- génito y el que ahora por su Encamación ha dado sentido concreto y pleno a la nueva alianza. El es el convocador al nuevo Pacto.
La comunidad de fe, restaurada ahora por la Resurrección, vive bajo la fuerza del Espíritu y por la presencia de Cristo Resucitado. Este es el dato más significativo: la comunión en Cristo hace a la comunidad y la mantiene convocada en unidad para la vida.
Queda claro que el pacto es más que un mero concepto. Es una relación con Dios y entre las personas sostenidas ahora en una comu- nidad. Hay un trato entre personas que a partir de un interés común sos- tiene esa vida comunitaria. Si el pacto es iniciado por Dios, desde su gracia amorosa en Jesucristo, debe ser cultivado por la comunidad en
‘Helmut Ringren, La fe de los salmistas, trad. por Adam F. Sosa (Buenos Aires: La Aurora, 1963), págs. 47-54.
1!dem.
'Idem.
V bid pág. 53.
17
los procesos históricos cotidianos. Ese pacto exige una respuesta positiva en una actuación responsable.
Por la nueva alianza somos llamados a la solidaridad en el Hijo. A partir de la Encamación entramos en comunión con Dios. Esa gracia es nutriente esencial de lo que celebramos en la Eucaristía como gracia, don de Dios en la nueva alianza. Ese es el énfasis paulino: es la Cena del Señor lo que celebramos (I Cor. 11). En Cristo la comunidad tiene su centro vital y desde El vive la experiencia renovada de la vida, hasta la plenitud del Reino en el gran banquete mesiánico 10.
Para ubicar la comunión como solidaridad adentrémonos en el sen- tido que tiene la palabra koinonía, para intentar comprobar que corres- ponde a nuestra concepto de solidaridad. Aunque agápe es una palabra muy cercana a nuestro sentido moderno de solidaridad, estamos conven- cidos que la profusión con que se refiere el Nuevo Testamento a la koinonía es concluyente a este respecto n.
En el Nuevo Testamento la palabra koinonía, como concepto cris- tiano, aparece 19 veces como sustantivo, 10 veces como adjetivo y 8 veces como verbo. Los estudiosos concluyen que a pesar de las distintas acepciones que pueda tener, y su uso en diferentes contextos, koinonía puede ser traducida como solidaridad n.
Hay la koinonía del Padre con el Hijo (I Juan 1:4). Y la koinonía con el Hijo (I Cor. 1: 9). En varios lugares esa comunión es la “comunión del Espíritu” ( 2 Cor. 13: 14 y Fil 2:1). El Espíritu es koinonía (2 Cor. 13:13). La comunidad primitiva compartía en ese Espíritu que crea una comunión solidaria (koinonía) (Hechos 2 y 4). Es la comunión en la fe y compartida en la comunidad creyente (Ef. 3:9, Fil. 1:15). La comunión en Cristo se hace visible en la Cena (I Cor. 10:16-34). Para comprender el sentido de la koinonía, Pablo insiste en su manifestación concreta. No basta con querer estar en comunión, hay que manifestarlo. Por eso insiste en la koinonía en lo material (2 Cor. 8 y 9). El compartir a Cristo exige compartir los sufrimientos y la aflicción (2 Cor. 1: 1-6). Poner a prueba nuestra fe en situaciones de emergencia es saber que hay fuerza y esperanza (2 Cor. 8: 4). Pablo sabe que la comunión necesita del amor para sostenerse (Rom. 12:10) y de una base sólida que es el amor
10Sobre la idea de “El Cristo corporativo” he leído un excelente capítulo en el libro de C. F. D. Moule, El fenómeno del NuevoTestamento, trad. por Javier Martínez Cortés (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1971), págs. 43-71. Allí este erudito bíblico traza el sentido de la “personalidad inclusiva”, donde estar en Cristo define una relación que va más allá de lo meramente individual. Estar en Cristo es vivir una relación orgánica que remite a estar en Dios, desde la comunión que es el Cuerpo de Cristo.
"Hemos analizado varios autores que así lo certifican: José María González Ruiz, “La ‘koinonía’ como solidaridad. Notas exegéticas,” en AA. VV. Sobriedad y solidaridad (Madrid: Editorial Popular , 1987), págs. 47-51. “Solidaridad” en L. Coenen, E. Beyreuther y H. Bietenhard, Diccionario teológico del Nuevo Testamento, IV (Salamanca: Eds. Sígueme, 1984), págs. 226-233.
12 Carlos Bravo, Apuntes para una eclesiología desde América Latina (México: Eds. CRT, 1982), págs. 183-185.
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de Dios, en expresión fraternal (I Cor. 13). Hay que proclamar con hechos la dignidad humana que Cristo ha logrado desde su Encamación hasta la Resurrección. En Hebreos la solidaridad se manifiesta en la compasión del Sumo Sacerdote que comparte su vida (Heb. 2: 14). Para el vidente de Patmos, esa comunión se expresa así: “Yo, Juan soy her- mano de ustedes, y por mi unión con Jesús tengo parte con ustedes en el reino de Dios, en los sufrimientos y en la fortaleza para soportarlos...” (Apoc. 1:9). En Cristo y desde Cristo, se es copartícipe en los sufri- mientos de manera que exista verdadera comunión solidaria.
La koinonía se basa en ese compartir el don de Dios, lo que Dios da. La comunión cristiana significa que estamos unidos en tomo a alguien o algo. Hay una relación de intimidad con Dios, que se comunica por ese alguien que es Jesucristo mismo. Ese algo es el propósito co- municador del amor de Dios. Incluso, cuando se habla de convivencia lo que se subraya es esto: un convivir, vivir con otros personas, por otras, para otras.
La koinonía es estimulada por la amistad (Hechos 2:42, 1 Juan 1:3) que es expresión solidaria en tanto somos amigos en Cristo, por una exigencia que se nos hace, de modo que no es meramente una relación superficial y circunstancial, sino una afirmación asumida a raíz de un mandato (Juan 15: 14). Esta solidaridad tiene una consecuencia inme- diata. Somos consolados para consolar.
Dios es fuente de consolación (2 Cor. 1: 3-4). Por lo tanto, por Jesucristo hemos sido consolados para que podamos consolar a otros. Si hay aflicción, debe haber consolación (2 Cor.l: 5-11). Para identi- ficamos con la aflicción en el consuelo. El ministerio de reconciliación nos lanza a ministrar en las necesidades de otros, por amor de Jesús. Es comunión a través de la oración, en medio de la aflicción. La Iglesia, comunidad de fe, debe estar abierta y disponible para las demás personas de manera que pueda promover el amor de Dios entre ellas y cultivarlo como un don colectivo. Al convocar a las personas para la vida co- munitaria les da un sentido de pertenencia y forja la fraternidad. La koinonía se hace así verdadera participación con un lazo profundo e indisoluble de comunión. Las personas logran, entonces, una copartici- pación en Cristo. La dinámica comunitaria provoca una actividad solida- ria, espontánea, en el compartir y enfrentar las dificultades inherentes a una formación comunitaria. La comunidad supera los obstáculos y enfrenta los desafíos que le garantizan su propia vida
Pero este consuelo no llama a la resignación, sino que fortalece para enfrentar los conflictos y las dificultades de manera que puedan ser superadas. La comunión solidaria anima la esperanza al mantener el espíritu fraternal en las aflicciones. Es de esa manera que Dios es fuen- te de consolación.
13Howard W. Stone, Asesoramiento en situaciones de crisis, trad. por Lygia R. de Falvella y M. Mascialino (Buenos Aíres: La Aurora, 1976), págs. 116-117.
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La comunidad cristiana se fundamenta en Cristo. Por lo tanto, su vida, la fe y el trabajo, son componentes esenciales para su sostenimiento. Los con-vivientes son convocados en esa gran convivencia que es la aventura de construir la comunidad. Esta comunidad es algo activo, exige participación, tomar parte, tener parte, y parte activa. Decía Dietrich Bonhoeffer que “el segundo servicio que uno habrá de prestar al otro en una comunidad cristiana es el de la caridad activa” 14.
Si la comunidad se construye hay dos elementos que coadyuvan en su consolidación: la conformidad a Cristo y la permanencia en Cristo. Todo el Nuevo Testamento insiste en esta idea central. La convocatoria la hace Cristo y al nosotros responder vamos “creciendo en amor”, hasta llegar a la estatura plena, al pleroma de Cristo. Esta conformación es como ir en espiral configurando a Cristo, formándonos en El y El en nosotros, haciendo una realidad entrelazada y concertada (Ireneo). La permanencia es algo más que un estar, es una dinámica en movimiento correcto, en dirección acertada. No es quietud, todo lo contrario, es un accionar desde Cristo.
Por estas razones, el Nuevo Testamento señala tres principios ver- tebrales que confluyen en la comunidad cristiana: el kérygma, la koinonía y la diakonía. La comunidad proclama al Resucitado, presente ahora entre nosotros por la acción del Espíritu, y muestra que vive en esa ex- periencia por la comunión (nutriente espiritual necesario) y proyecta hacia el mundo la irradiación de su existencia por el servicio a los de- más seres humanos. Aquí se cumple cabalmente el papel solidario de toda comunidad cristiana, porque no vive para sí, vive para las demás personas.
He encontrado una definición que sintetiza lo que vengo diciendo:
La Iglesia es solidaridad de personas y participación en el Espíritu del
Resucitado, mediante la eucaristía por la vida del mundo 15.
Es una “comunión evangélica” porque es en la buena noticia que todo tiene sentido. Es por ese espíritu evangélico que la comunidad vive.
Según X. León Dufuor la comunión es más que mero compartir. Tiene una dimensión de fe. Es una armonía ideal, en una comunión de fe (Hechos 2). Esto se traduce en el compartir los bienes materiales y en la ayuda a los necesitados como ‘ayuda ejemplar’ 16.
La palabra solidaridad ha venido a ser un principio esencial en las acciones políticas, sociales y económicas. Se ha caracterizado su uso en
MDietnch Bonhoeffer, Vida en comunidad, trad. por Greta Mayena (Buenos Aires: Methopress, 1966), pág. 98.
15Casiano Floristán, “Comunión”, en: Conceptos fundamentales de la pastoral (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1983), págs. 161-171.
16Léon Dufuor, La fracción del pan , trad. por Teodoro Lamba (Madrid: Eds. Cristiandad, 1983), págs. 45-49.
20
la “solidaridad entre los pueblos” y la “ayuda solidaria”. Muchos orga- nismos internacionales hablan de “campaña solidaria” y de “sentido de la solidaridad”. Este concepto ha ido evolucionando queriendo significar “sólido”, “consistente”, “consolidar”, “acompañar”. Todo ello habla de un sentido fraternal, amistoso, cordial.
El obispo Pedro Casaldáliga lo expresaba así:
Los varios nombres que el amor hacia los demás ha tenido a lo largo de los siglos hoy se cifran en esta palabra de cinco sílabas militantes: ¡so-lt-da-ri-dad!
Reconocimiento, respeto, ayuda, colaboración, alianza, amistad: todo eso, pero más todavía es la solidaridad eficaz, esa manera de ternura colectiva, que diría la poetisa nicaragüense 17.
Ya en el Nuevo Testamento la idea va en esta dirección: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión [koinonía, solidaridad] con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (I Cor. 1:9). Surge una convoca- toria en una relación. Es una exigencia por ese llamado a superar las barreras y los obstáculos que se interponen a la comunión. Pablo afirma en la Primera Carta a los Corintios este llamado a la solidaridad. Lo confirma, más adelante, en Segunda Corintios cuando expresa que la colecta para los santos no es mera caridad, sino un acto de entrega (2 Cor. 8: 5). Ese acto tiene una significación teológica profunda. La co- lecta es un acto de fraternidad y solidaridad. En Mateo 12: 41-44 hay un desprendimiento total. La viuda lo da todo. Jesús admira la entrega total de la mujer pobre. Pero Pablo habla de una exigencia como fruto de la koinonía. Se trata de una responsabilidad para atender las nece- sidades de otras comunidades cristianas. Hay que compartir equita- tivamente (2 Cor. 8: 15).
También es un acto de amor y una expresión de la gracia de Dios, manifestada en los que dan. Para señalar su significado, Pablo les propone a los cristianos corintios el ejemplo de la generosidad del amor de Cristo dirigida a hombres y mujeres por igual. En esta colecta se hace patente el esfuerzo de unidad del pueblo de Dios. Si bien es cierto que en ese momento había barreras que separaban a los cristianos judíos de los cristianos gentiles, esta ofrenda viene a ser la expresión de unidad entre aquellos que están unidos por la gracia del Evangelio. Se trata de un verdadero acto de fraternidad y compañerismo cristianos.
La llamada a la solidaridad que Pablo hace a los Corintios tiene, en el contexto latinoamericano, implicaciones muy significativas.
En primer lugar, las iglesias en nuestro continente deben ser fuerza de solidaridad en medio de la necesidad y el sufrimiento. Responder en un acto de gracia por entrega al Señor, en un esfuerzo compartido, da- divoso y generoso, es la mejor manera de ser solidarios. Ofrecerse, con
17 Pedro Casaldáliga, Al acecho del Reino (Madrid: Editorial Nueva Utopía, 1 989), pág. 250.
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intención fraternal, es mucho más que una contribución monetaria. No se trata de hacer caridad, se trata de ofrendar vida y esperanza. Pablo dice que es necesaria la buena teología, el buen comportamiento y la mejor solidaridad. Esto se resume en diakonía y agápe, servicio amoroso.
En segundo lugar, nuestras iglesias deben romper el cerco de la apatía y la incomprensión e identificar el verdadero camino a la recon- ciliación. En un continente de iglesias pobres la solidaridad es una fuer- za espiritual que anima el servicio, el apoyo mutuo y la entrega concreta, aunque no tengamos dinero.
Porque la solidaridad es comunión, esta capacidad compasiva en medio de los conflictos y sufrimientos mantiene un lazo indisoluble de fe y testimonio.
El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) celebró una consulta-diálogo entre organizaciones ecuménicas e iglesias en Alemania Democrática, en mayo de 1986. El tema era La Iglesia en solidaridad con los pobres. Dentro del programa nos tocó visitar iglesias en ese país, como parte de nuestro testimonio solidario. De la visita, recuerdo un domingo en la tarde haber visitado con un grupo de participantes en la consulta a un barrio de Leipzig, donde se ha organizado una congregación luterana, en una zona suburbana nueva. La impresión más impactante fue la que recibimos cuando el pastor y su esposa nos explicaban cómo se construyó el templo (en un país socialista) con el esfuerzo de iglesias luteranas norteamericanas, de Alemania Federal y de los países escandinavos. Todo el proceso de equipar aquel templo había sido un proyecto solidario, que incluyó el propio esfuerzo de la congregación pues el piso del edi- ficio fue construido con ochenta mil pequeñas piezas que la comunidad recogió. ¡Ese sí fue un compartir de recursos y voluntades en un acto de solidaridad! ¡Se probó que era posible romper las barreras y construir una comunión solidaria!
Así lo expresa Manuel Díaz Mateos en su libro El Dios que libera:
La solidaridad de Jesús con los hombres (sic) exige la solidaridad de los hombres entre sí. Ser cristiano y vivir en Iglesia es ser llamado a crear comunión solidaria, comunión y participación entre los hom- bres, porque Dios nos llamó a la solidaridad de su Hijo l8.
Esa solidaridad es una tarea ineludible. En la vida cotidiana esto se traduce en responsabilidad social, que implica necesariamente salir del plano meramente personal y asumir una responsabilidad en la sociedad. Las demás personas nos necesitan y nosotros las necesitamos, y lo que ellas hacen nos interesa y afecta. De alguna manera es así como logramos una mayor justicia. Actuar solidariamente consiste en salir del plano individual, con actos solidarios que promuevan la equidad y la justicia Es importante que el sujeto, como persona, salga al encuentro de las
"Manuel Díaz Mateos, El Dios que libera (Lima: CEP, 1985), pág. 139.
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otras personas, pero que transforme esa relación en un bien social para crear condiciones de justicia 19.
La exigencia cotidiana en una praxis responsable demanda asumir los problemas y los desafíos en la auténtica solidaridad 20. Significa to- mar en serio una praxis concreta, en una lucha específica con los opri- midos. Es un principio crítico de juicio que interpela a la iglesia y a los cristianos en el cumplimiento de su compromiso cristiano. Sobre todas las cosas la solidaridad demanda el envolvimiento en acciones políticas concretas en favor de los oprimidos. No basta con identificar los proble- mas, hay que transformar la realidad opresora.
Podríamos resumir el planteamiento en cuatro puntos claves:
1 . La riqueza del sentido de la koinonía se expresa como esa expe- riencia de la comunión en el compartir. La comunión es partici- pación, vivencia, estilo de vida comunitario. Es unir voluntades y traducirlas en una gran experiencia de unidad. Convocar para un proyecto de fidelidad a Dios, pero de profundo y verdadero compro- miso con los hermanos y hermanas. Llamados al lugar de la reunión, nuestra koinonía se nutre de la solidaridad y compasión del Evan- gelio (Hebreos 2: 14). Es hacerse pobres para que no existan más pobres y la comunidad sea signo de la igualdad y la fraternidad (2 Cor. 8:9).
2. Ese compartir es práctico y concreto. Si somos amigos y amigas de Cristo y amigos entre nosotros, nuestro compañerismo nos re- clama entrega, servicio. La diakonía no es un ejercicio accesorio, es vital para la propia existencia de la comunidad. Compartir es, además, tomar parte activa en la dinámica del Reino. Es la partici- pación solidaria para que el Reino se establezca, aunque haya que ejercer fuerza para mantenerlo. Solidaridad (koinonía) traduce comu- nión en Cristo, en esfuerzo y acción transformadora, hacia la justicia del Reino.
3. Comunión en Cristo significa nuestra relación con El y nuestro propósito de cultivar el espíritu de solidaridad que nutre la esperanza hacia el Reino. Toda comunidad de fe necesita este esfuerzo cons- ciente para la vida creativa y sana. De lo contrario decae el sentido primordial de toda vida comunitaria, esto es, existir como persona colectiva, no como entes dispersos y aislados. La diáspora sólo tiene sentido cuando discierne la pertenencia a la comunidad: diás- pora no es diluirse, es esparcirse.
4. El nutriente básico de toda comunidad es la celebración de la eucaristía. La comunión en Cristo se celebra en la memoria colectiva
19Ignacio Martín-Baro, Acción e ideología: psicología social desde Centroamérica ( San Salvador UCA EDITORES, 1983), págs. 331-357.
^ harón D. Welch, Communities of resistance and solidarity a feminist theology of liberaiion (New York: Orbis Books, 1985), págs. 46-54.
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de su cuerpo y sangre. Por su entrega la comunidad se alimenta espiritualmente y se vigoriza para su tarea misional y proclamado- ra en el mundo. Es un imperativo entender la centralidad de la eucaristía (como santa comunión) para discernir el sentido de la solidaridad.
Tuve el privilegio de participar como delegado de América Latina en la consulta mundial: Compartir la vida en una comunidad mundial, auspiciada por el CMI en El Escorial, España, en octubre de 1987.
El eje central del evento fue el compartir, con expresiones simbólicas de participación litúrgica, y el tomar conciencia de los obstáculos que impiden a nivel estructural e internacional, el verdadero compartir en una comunidad mundial.
Se trató de tener una nueva comprensión de la crisis mundial y una nueva perspectiva sobre los problemas económicos, sociales, políticos, ecológicos, raciales, entre otros, que aquejan a la humanidad hoy, espe- cialmente en el Tercer Mundo.
El llamado central era a una disciplina ecuménica entre las iglesias, las organizaciones ecuménicas y las agencias cooperantes de Europa y Estados Unidos, que asegure una relación justa, en un nuevo orden económico internacional.
Un punto sobresaliente, a subrayar, es la necesidad de reconocer las diferencias entre los países ricos y los países pobres, tomando en cuenta las desigualdades estructurales y la necesidad de proponer bases distintas de relación y entendimiento. Compartir es reconocer esas di- ferencias y avanzar en una solidaridad comprometida que elimine la in- justicia. Luchar por la justicia es saberse solidarios en medio de los conflictos, para superarlos. De allí que una discusión sobre el poder económico y político reconozca su manifestación en las estructuras de poder que permiten la injusticia. No basta la buena intención, hay que crear las nuevas estructuras en relaciones de interdependencia.
Reconocer la realidad que compartimos en un mundo lleno de injusticia (y en la cual hemos participado) es un testimonio mutuo de autodeterminación, reconociendo la culpa y buscando afinar nuevos mecanismos para el compartir 21 .
2. La eucaristía: acto de solidaridad
Los primeros cristianos celebraron la eucaristía como un hecho vivencial y comunitario. Colocaron como su más grande ideal el luchar por una comunidad de bienes sostenida por la Palabra, la oración, la alabanza y la disciplina. Afirmaron su identidad como núcleo esencial
21 Consulta mundial sobre el compartir de recursos, El Escorial, 24-3 1 de octubre de 1 987 , “Directrices para el compartir”.
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para su propia vida interna y se lanzaron en un esfuerzo misionero a compartir su visión y sus sueños. El libro de los Hechos es un registro claro de esa aspiración y de las hazañas vividas por tratar de alcanzarlo.
La eucaristía era un convivio fraternal, basado en la convivencia evangélica, el amor y la mutua responsabilidad para crear condiciones comunitarias. Sentían que iban configurando una corporalidad.
La eucaristía es, como bien lo expresa el koiné, un acto de acción de gracias. Es la actitud primordial de mantener a Cristo resucitado como eje central de comunión y vida. La vida de Jesús es ahora vida en comunidad, y vida para la comunidad. Decía Dietrich Bonhoeffer que la “comunión cristiana significa comunión a través de Jesucristo y en Jesucristo” 22. Como lo plantea Carlos Bravo: “Porque el modelo de toda eucaristía es la que celebró Cristo, quien nos mandó re-presentar esa acción en cada momento de la historia ” 23.
Cristo es el vínculo que nos une en comunidad. La experiencia li- túrgica se da por la convocatoria a celebrar a Cristo resucitado. La celebración parte de la vida, y se da en medio de la vida.
Para los primeros cristianos, la disciplina y la libertad en el Espíritu son los dos ejes centrales de la vida litúrgica (Oscar Cullmann). La Palabra y la Mesa son elementos centrales como nutrientes que forjan y conforman el cuerpo. Es comunidad pneumática, diaconal y evange- lizados a partir de esa celebración 24 .
La comunidad primitiva sabía que celebraba lo que ha acontecido, pero se dimensionaba hacia el Reino como culminación en el gran ban- quete mesiánico. Esa expectativa escatológica le hace exclamar: " ‘Mara- ñadla’, ¡Ven, sí, ven. Señor Jesús!"
Esa comunión, como expresión corporal, señala a un “sentir común”, con propósitos de unidad.
Esta comunión lleva al ejercicio concreto de la solidaridad con los pobres, a la conversión de los opresores para que asuman el punto de vista de los oprimidos 25 .
Los aspectos de participación y la experiencia del compartir son esenciales a esa vida en común. El compartir tiene una implicación espiritual y material (Hechos 2:42). En Romanos 15: 25-27 es el parti- cipar en un acto misionero de envío y dádiva para el sostenimiento mutuo. El que da también se nutre. El compartir es algo práctico que se expresa en lo cotidiano y concreto. Debemos compartir las cosas ma- teriales como parte de ese ministerio común y en la auténtica com- pasión pastoral. Es la “ministración a los santos” (2 Cor. 9:1). Se tiene
22 Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad, pág. 1 1 .
23 Carlos Bravo, Apuntes para una eclesiología desde América Latina, pág. 247.
24 He expuesto estas consideraciones en mi librito Celebremos la fiesta: una